19.6.14

INMINENCIAS / JULIO OBESO

El soldado

En las botas del soldado viajan una madre, un perro pequeño, alguna lápida no muy vieja; aquella muchacha lanzadera a la que le nacieron formas el primer día de navegar. En la cartuchera del soldado come un ratón de campo y su rascar son noticias de hermanos menores, de la casa con un tres, con una higuera, con una mariquita en un frasco. En la compañía el soldado está solo. Escribe palabras en la ceniza y amanece con labios sucios, saliva gris. En la herida del soldado, un tiovivo de escarabajos sortea la llaga como una trinchera. Danzan las últimas diez cartas del perfecto amor y entra en la paz, con la bayoneta sobre el pecho. 



Colateral

      A M.J. Romero Nicieza

Besa y su mueca ya no es discreta. La comisura izquierda la tensa el reloj de la torre y un revuelo de armiños suben del otro lado. Ocupan los girasoles uno de los hemisferios y cuelgan de sus dedos como ambientes invernales frente a la cocina de carbón. Aunque no pueda verlas sabe que las castañas están cambiando a otro estado, de un modo lento y continuo. También su pecho tapizado con delicados motivos, luminiscencias aromadas del jabón que más le gusta. Al separar los labios, el infinito es un índice resbalando cuello abajo. Es un parque y una escuela para las primeras palabras de los pájaros, fuentes semejantes y árboles místicos. Cumple los cincuenta a lomos de un indulto cuya belleza se cristalizó, gota a gota, en otras bellas apariciones. Ninguna como ella, ahora que sus hombros avanzan como queriendo decirse confidencias o asustar el espacio que la duda instala, entre una mujer y su espejo.

INMINENCIAS / JULIO OBESO
 Ediciones Tigres de papel, 2014

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