20.10.10

Talita cumi / Nacho Abad

Al fondo del jardín, después de los helechos y la maleza, y las flores silvestres, hay una calle inmensa. La noche se vierte sobre ella como un líquido tibio. Lo cubre todo, semáforos, buzones, estaciones de metro, la caseta del estanco, peldaños, barandas. Sobre el asfalto avanza un barco tripulado por fantasmas. Le suenan las tripas. Le crujen los huesos. Le duele la quilla. Ahora que todos duermen, he salido a la cubierta a decirte que la noche es por fin para nosotros, aunque nos la vaya robando poco a poco el reloj. Aunque se caiga al vacío como las horas. Aunque al rededor todos los muertos nos miren como se mira un texto escrito en una lengua desconocida. La noche ha venido a salvarnos de este motín de ejes torcidos y radios oxidados, y neumáticos incendiarios. Y es posible que al final de la calle haya un malecón, con un banco muy al borde para escuchar con calma el vinilo de las olas. He salido a decirte que aunque el viento nos traiciones en la curvas -viento alevoso de esta noche de septiembre-, creo que al final de esta calle el océano lanza al aire el sonido de su surco infinito. Las estrellas se abren paso a duras penas a través de la luz radioactiva de la ciudad, y nosotros dejando atrás ánforas, archivos, correos perdidos para siempre en un silo de datos. He venido a decirte que creo que al final del mar hay una playa, una cala solitaria y hermosa como la luz de un faro encañonando a un petrolero, como un balón deshinchado en el patio de un colegio abandonado. Y que es posible que alguna deriva nos acerque a su orilla si conservamos los cabales, si la manada de caballos salvajes que nos salva de la locura no se desboca definitivamente por el precipicio. Al final de la playa, lo presiento, hay un jardín, con una mesa y dos sillas. Y también hay algo de comida y de bebida, y está amaneciendo porque ya no será necesaria la noche. Pero ahora estamos aquí, en este barco inmenso que avanza lento por el asfalto. Y nos quedamos en silencio, callados, en la cubierta de estribor. Las luces de Madrid nos guiñan. Sólo tienen ojos para el olvido. Y ya no sé cómo va a terminar este viaje. Pero otra vez te digo, ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto: en el fondo del todo hay un jardín. Ahí está tu jardín, Talita cumi.
Publicado por Nacho Abad en 02:42 2 comentarios

copiado del blog  Beatitud. Muertos de frío.

5 comentarios:

  1. Una verdadera preciosidad.
    No sé si navegaba o flotaba mientras lo leía.
    Lo cierto es que me ha cautivado. Hipnotizado. Seducido.

    Gracias por la belleza.

    ResponderEliminar
  2. Virgi,
    algo parecido me sucede a mí cuando lo leo.

    ResponderEliminar
  3. Me ha encantado, no lo conocía,cuánta poesía, cuánto sentimiento y delirio.. quiero más.

    ResponderEliminar
  4. si quieres leer más delirios pasate por 'beatitud.Muertos de frío' , es su blog, además tiene cosas publicadas..., por si te interesa...
    un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. ico,
    con esa palbreja que todo lo abarca 'cosas' quise decir libros, obra publicada en papel.

    ResponderEliminar