5.8.10

Elogio del proxeneta / Luis Miguel Rabanal

12 de agosto

Para variar, me siento casi bien. Es decir, he dormido buena parte de la noche, sin dolor y sin lástimas, he cantado en sueños con vocablos increíbles y por la mañana he dado un dilatadísimo paseo de unos, aproximadamente, cuarenta largos metros. Aquiles me fio a regañadientes un libro de Borges y con una témpera escarlata estreno la pintura de mi cuarto escribiendo en los cantones la excelencia que sigue:

... soy un hombre de ciudad, de barrio, de calle:
los tranvías lejanos me ayudan la tristeza
con esa queja larga que sueltan en las tardes...

Hay días que dejarlos así es lo más aconsejable, tan a sus anchas en completo silencio, sin añadir nada a ese sortilegio suyo que nos conmueve; dejarlos así porque si no, podríamos de repente equivocarnos y ya está uno harto de los errores ajenos y no digamos de los propios; dejarlos reposar hasta agriarse... Este Borges sabe detrás de lo que anda, el insensato. ¿La concha de su madre? ¿La de la mina Kodama? Por qué no haberle abordado e interrogado en el paraninfo de la Universidad de B. ¿El párpado caído...?

Elogio del proxeneta
Luis Miguel Rabanal
Ediciones Escalera, 2009

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