Caminar a ciegas el reborde pantanoso
del tiempo y no perderse allí.
Delante de un objeto frágil acumulo símbolos
y emblemas con que sostener la dicha,
ya he restringido el período
cuya voluntad no accede a pisotearme nunca.
Conozco ese rostro que me sigue a donde vaya,
menudea mi vida y la soporta, igual que yo,
y le inquieta hacerse grande al volver a la casa.
De muchachos temíamos llorar y nos entraba un calor
tenebroso al terminar la tarde, imaginábamos la muerte,
la escupíamos en la cara calamitosa de los otros.
Hoy me entrego a la soledad como a un rito que ignorara.
- La calle aún más lejos, si pudiera explicarte.
(De Cáncer de invierno)
Pues yo, de viejo, tambien me imagino la muerte...
ResponderEliminarUn abrazo, amiga