10.11.11

noche… ¿de paz? / Gregorio Fernández Castañón (1)

(Parte de guerra: diario de una Nochebuena)

Hace mucho, mucho tiempo, que las campanas de Villarredil no propagan sus tañidos de bronce por el valle. Las casas tampoco conversan entre ellas con su lenguaje de humo y los perros deambulan desconcertados llorando, en silencio, la ausencia del hombre. La quietud de las ruinas daña la vista, especialmente cuando los muñones pétreos se dejan acariciar por un manto de nieve, y también porque los pájaros del invierno se niegan a coser los descosidos del cielo con su vuelo etéreo. Aquí arriba, sin embargo, desde lo alto de la Vallina de Valdemandruga, esa aparente “calma” se transforma en otra lectura. Somos cinco, sí, pero… estamos tan solos y nos conocemos tan a fondo que hasta los surcos de las arrugas delatan nuestros temores, nuestros más íntimos sentimientos. Hoy, lo sabemos, tres de nosotros vamos a arriesgar nuestra vida para sentirnos parte de esa humanidad que todavía alberga esperanzas entre las uñas que arañan deseos de paz. Lo haremos en cuanto las luces del balneario busquen el complot del sueño para retirarse discretamente y lo conseguiremos después de atravesar los pasadizos secretos donde el aire de libertad se encuentra al final… esperándonos. Cruzaremos la orilla del pozo de los Prieto-Serrano, con suma prudencia, para llegar hasta el de la Friura, más alejado de los ojos de nuestros enemigos. Allí, en el corazón de las aguas gélidas, intentaremos que las vastas redes de las garrafas atrapen unas cuantas docenas de truchas. Nos adentraremos, a continuación, en las eras, desiertas de sudor y de pan, antes de tocar las colosales ruinas de Nocedales. Ruinas ahumadas por el rencor y el atropello de esa maldita guerra que nos separó de nuestros nidos de amor y de nuestra sangre caliente. Pasaremos por delante de la casa de Chon, en pie de puro milagro (ella y su casa, las dos), y, siempre con el acompañamiento sonoro de las aguas bravas de un río empeñado en que las rocas no le impidan el paso, nos acercaremos hasta el hogar del amigo Raposines, uno de los pocos supervivientes de las batallas que se hicieron por las calles barrosas y los corrales ruidosos de Villarredil, su pueblo.

Acerca de Gregorio Fernández Castañon:
http://alfaro-laciudadsinnombre.blogspot.com/2011/11/gregorio-fernandez-castanon.html

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