Salí del despacho y cerré la puerta. Noté la mirada de los oficinitas y clavé la mía en el suelo. La vergüenza que sentía era de tal magnitud que me arrepentí de no haberme arrojado a las vías del tren. Ahí, en la oficina, todo el mundo era consciente de que yo había intentado robar a la empresa y seguro que también sabían que yo era el hijo de Pepe el carnicero. ¿Por qué no me tiré a las ruedas del tren? Seguí mirando al suelo, deseando que éste se abriese, me tragara y ser digerido a las profundidades del infierno. Seguro que aquello no es peor que esto, pensé. Con agrado le hubiera dado mi alma al diablo si a cambio me hubiese sacado de aquella oficina. Apenas podía moverme, tenía el cuerpo agarrotado de la tensión y la vergüenza. Deseaba esfumarme, convertirme en polvo y volar lejos de allí. Ya que no podía volar intenté hacerlo con la mente, evadirme era uno de mis juegos preferidos y nunca me resultó difícil hacerlo. Sin embargo, en esa ocasión no lo conseguí. A mi alrededor sólo había vergüenza, dentro de mi cabeza únicamente encontré vergüenza, mi cuerpo estaba paralizado por la vergüenza… No vi pasado ni futuro y el presente era un tupido y pesado manto de vergüenza que me cubría y aprisionaba. ¿Por qué cuando tuve ocasión no me arrojé a las ruedas de un tren? ¿Por qué?... Cuando todo va de culo es sabido que las cosas pueden ir a peor. Escuché una voz familiar que saludaba a alguien en las escaleras que daban a las oficinas, era la voz de mi padre. Alguien lo había avisado por megafonía para que se acercase a las oficinas. Mi primer pensamiento fue el de saltar por una de las ventanas, atravesar el cristal, caer al vacío y romperme el cuello contra el asfalto. Antes de que pudiera dar el primer paso mi padre se dirigió a mí extrañado de verme allí.
- ¿Qué haces aquí?
- Mamá está dentro. - respondí señalando la puerta del despacho del gerente.
- ¿Y a qué habéis venido?
Bajé la cabeza y me quedé mirando la punta de mis botas. Gracias a mi silencio mi padre intuyó que algo malo había pasado. Levantó el tono de su voz y me preguntó de nuevo:
- ¿Me escuchas?... ¿A qué habéis venido tu madre y tú?
¿Por qué no me arrojé a las ruedas del puto tren? Si lo hubiera hecho ahora no tendría que estar pasando por esto. De haberlo hecho ahora sería carne picada. La carne picada no siente miedo ni vergüenza. ¿Por qué no me tiré al puto tren? ¿Por qué?
- Me quieres contestar… ¿Qué coño ha pasado?
La puerta del despacho del gerente se abrió y éste le dijo a mi padre que pasase dentro, que él se lo explicaría todo. De reojo vi a mi madre llorando. ¿Por qué cojones no me tiré a la puta vía? Ahora sería carne picada, sin sentimientos… Mi padre entró en la oficina y la puerta se cerró frente a mis narices. La vergüenza dio paso al miedo y el miedo al terror. Empecé a temblar. Cada milímetro de mi cuerpo tiritaba. Miré a las ventanas y mentalmente elegí la que estaba más cerca. Intenté dar un paso hacia ella pero era como si tuviera pegados los pies a las baldosas del suelo. No podía moverme, solo temblar. Hice un nuevo intento, nada. Estaba paralizado por el miedo. Me dije a mí mismo que no podía desaprovechar la oportunidad de arrojarme por la ventana, ya perdí la oportunidad de tirarme al tren y llevaba arrepintiéndome desde entonces. Hice un nuevo esfuerzo por despegar los pies del suelo y a punto estuvo de soltárseme la vejiga. Me quedé quieto. Solo faltaba que me mease encima para que el único resquicio de dignidad que me quedaba se fuera por la punta de la polla. Fue entonces cuando oí la voz de mi padre que salía a través de la puerta y paredes del despacho del gerente. La oí yo y todos los presentes.
- Le mato. A ese desgraciado lo mato.
Un escalofrío de terror me recorrió la médula espinal. Si quería saltar por la ventana ese era el momento de hacerlo. Una de dos: o me mataba yo o lo hacía mi padre. Debía decidir. Me di cuenta de que no quería morir de ninguna de las maneras. Yo lo único que quería era salir de aquella oficina y esconderme en algún oscuro rincón. Ser consciente de que ya no iba a saltar por la ventana me quitaba la única opción que me quedaba. Desde ese momento supe que estaba en manos del destino y que debía acatar las consecuencias de mi acto. Maldije el libro para mis adentros. Maldije la hora que se me ocurrió robarlo, maldije a Miguel Gurrea, a Álvaro, maldije el puto día que estaba viviendo, la puta oficina, al guardia de seguridad que me pilló, al gerente. Finalmente, me maldije a mí mismo.
(Es un fragmento del cuento copiado del blog de Pepe Pereza, Asperezas,)
besazo
ResponderEliminarInteresante... creo que voy a leerlo entero.
ResponderEliminarGracias por compartirlo aquí.
Un abrazo.
Pepe,
ResponderEliminarbesos.
Laura,
son cinco partes, te dejo aquí los enlaces.
http://pepepereza.blogspot.com/2010/07/relato-inedito-el-robo-primera-parte.html
http://pepepereza.blogspot.com/2010/07/el-robo-parte-dos.html
http://pepepereza.blogspot.com/2010/07/el-robo-parte-tres.html
http://pepepereza.blogspot.com/2010/07/el-robo-parte-cuatro.html
http://pepepereza.blogspot.com/2010/07/el-robo-parte-cinco-y-ultima.html
Gracias.
ResponderEliminar¡ Qué fácil lo pones!
Un beso.