Mis libros tardan tanto en publicarse que, llegado este momento, suceden emociones varias, incluso distintas a las que tuve cuando los escribía.
Llegan a emocionarme y conmocionarme cuando los tengo ante mis ojos para corregir pruebas, por ejemplo, o cuando los toco por primera vez en papel impreso.
Luego, esa sensación de ¿yo he escrito esto? Estaba rodeada de otros soles, eran otros días, otras lluvias y hasta otros huesos.
Pronto De Ciudad Blonde verá la luz en papel. Será un libro pequeñito, me dijo Lola. Entonces como yo, pensé, que cada vez soy más pequeña. Y por fin, fuera de esta ciudad gris, será una ciudad amarilla en manos de Lola, que la paseará y la mostrará por pueblos de sol. Sin embargo, la palabra Blonde para nada hace referencia al color de la ciudad, sino al sonido, a la música que la rodeó, como un asedio de ternura.
Aún queda la Donna, perdida años ya, por algún cajón de editor pero no olvidada, queda Laberintos y en mi cajón lo último, Los valientes, la ausencia de valientes, este aún no se lo he entregado a ningún editor.
Para Gregorio Fernández Castañón, para Héctor Escobar y para Lola Crespo.
Por orden de aparición como editores de mis tres libros.
Sin dejar en el olvido a Francisco Álvarez Velasco.
¿Entregar el alma a un editor para ser manoseada en la privacidad?
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