11.6.17

Los poemas de Horacio E. Cluck / Luis Miguel Rabanal



POSOS

El derviche trenzaba la soledad, construía con su gesto otro gesto invariable, serenaba el contagio y colocaba esponjas impregnadas de colonia con dulzura en tu vientre. Prefieres el regocijo que sobreviene cuando ya no hay remedio: la garganta muy atribulada, magnolios podados en el Parque, nada de color rojo a pesar tuyo en los sueños. Cualquiera podría ser el comprador privilegiado de tu culpa, bajarte la nube y de un solo esbozo imaginar desvaríos. Alguien mima su teclado, se oye desde aquí el leve lenguaje que no acierta jamás, te amaré eternamente, le escribe en el papel invisible. Se apartan por fin como dos enamorados que sufren al unísono el celo asustado del infierno, se arrancan la ropa y suben cada uno sin cesar a su hastío, que es vendaval o que ya no es la usura. Ya no debes al derviche la risa, ahora tu oración es puntual y tristísima, enredas los dedos alrededor de un ínfimo espacio que no obtienes al rendir su tributo. Seguro que sufre, recordará sus montañas más tarde o temprano, si no se lo impides morirá junto a ti. A tu cuerpo le falta la sombra. 


De todas las ciudades que creí ver 
como un lamento que nadie imaginaba, 
solo en tu cuerpo encontré las calles perdidas 
y el licor necesario. 
Después vendrían otros cuerpos a soñarme 
y a ofrecerme su costumbre por monedas. 
Nada ya sería igual. 
                               Hoy las estaciones 
han cerrado sus puertas sin remedio. 
El viaje hacia uno mismo no termina nunca, 
idéntico a la muerte, idéntico a nosotros. 
De todas las ciudades, te dije, 
me quedo con tu boca,
un largo túnel para esperar la lluvia. 
Recuerda entonces que soy débil.


Los poemas de Horacio E. Cluck
Luis Miguel Rabanal
Huerga y Fierro Editores 
Colección La rama dorada
Madrid 2017

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